lunes, 23 de noviembre de 2009

El “desarrollo” en los confines de Salta

Revalorización territorial y modelo sojero en Anta (Primera parte)


La pampeanización de la frontera agrícola en la provincia de Salta ha generado una profunda transformación productiva y social. El departamento de Anta es el paradigma de un proceso con profundos impactos sociales y ambientales. Chris van Dam estudia en 2001 el “modelo sojero” en Las Lajitas y el proceso de concentración de la propiedad que resulta del mismo. De este documento, publicado originalmente en la revista peruana “Debate agrario” en el 2003, presentamos en este número una primera entrega.


Hacia 1990, uno de los últimos frentes de la expansión agropecuaria en la Argentina -el departamento de Anta- presentaba un "pronóstico reservado". Lo amenazaba la cíclica inestabilidad de los precios del poroto (cultivo por excelencia en la zona por ese entonces), las fuertes oscilaciones en las precipitaciones y la acelerada degradación ambiental que producían los cruentos métodos de desmonte y el propio sistema de producción que, desde todo punto de vista, favorecía la erosión hídrica y una drástica disminución de la fertilidad. A sólo una década de aquellos diagnósticos, una segunda "revolución verde" pareciera haber tenido lugar en Anta. Esta segunda expansión, que algunos han llamado "revalorización territorial", está marcada por un incremento casi continuo en términos de productividad, de porcentaje de los campos bajo cultivo agrícola, y de cómo la "frontera" agrícola se ha ido desplazando. En sólo diez años, los precios de la tierra se han, a grosso modo, triplicado. Pero hay dos procesos, ocurridos también en esta década, que nos interesan particularmente: la degradación del suelo se ha revertido y los campos han recuperado parcialmente su fertilidad, y paralelamente se ha dado una concentración de la propiedad de la tierra en manos de un grupo reducido de grandes productores y megaempresas de capitales extraregionales.
Los cambios están asociados al reemplazo del cultivo del poroto por el de la soja, lo que a su vez permitió una modificación radical en el sistema productivo, ahora basado en la introducción de una tecnología puesta a punto para el corn belt (cinturón de maíz) y la región pampeana, y que consiste principalmente en la introducción de la siembra directa, variedades transgénicas, rotación soja/maíz y la sistematización de los campos. Todo lo cual permitió disminuir sensiblemente los costos de producción, conservar los suelos y la humedad y así estabilizar la productividad y la rentabilidad, más allá de la irregularidad en las precipitaciones y las variaciones en el precio, mucho más estables en el caso de la soja que en el del poroto.

Soja y “pampeanización”

El reemplazo del poroto por la soja, iniciado tímidamente en Anta en los '80 y generalizado en los '90, cambiaría sin embargo el curso de esta "historia anunciada". Y, curiosamente, también lo haría a partir de un nuevo proceso de "pampeanización" del Umbral. Mientras que el poroto era un cultivo especifico del Umbral, para el cual no existía un paquete tecnológico ad hoc, para el caso de la soja existía una propuesta experimentada y validada en la zona pampeana. La principal razón para la adopción de la soja fueron sus ventajas económicas, amén de algunas ventajas agronómicas.
El cambio de cultivo y de patrón productivo traería muchos otros cambios: el encarecimiento del precio de la tierra y la necesidad de contar con maquinaria sofisticada y costosa para la siembra directa fue cambiando el perfil del productor, atrayendo grandes inversores. Los costos unitarios decrecían en la medida en que hubiera economías de escala, lo que llevó a que ciertos productores crecieran, comprando o arrendando campos, y a que otros vendieran, en un proceso de concentración de la propiedad. La siembra directa también hizo posible cultivar soja con mucha menor humedad, lo cual provocó una nueva expansión de la frontera agrícola. La disminución de tareas de laboreo del cultivo y la introducción de maquinaria muy eficiente también redujeron los requerimientos de mano de obra, a pesar de la fuerte expansión del cultivo. Lo sucedido en Anta confirma así diagnósticos de otras zonas del país, que dan buena cuenta de la drástica expulsión de mano de obra en el agro como resultado del ingreso del capital financiero, del proceso de concentración de la propiedad y de la modernización tecnológica en esta última década.

El Umbral al Chaco, Anta y el núcleo sojero

El núcleo sojero hoy se extiende unos 80 kms, de norte a sur, y entre 30 a 40 kms de oeste a este, desde las serranías hasta el chaco semiárido. Hasta hace algunos años, muchos de los campos eran mixtos, agrícolas y ganaderos. Se estima que hay entre 150.000 y 200.000 hectáreas cultivadas en la campaña 1999/2000, de las cuales 95.000 están en manos de 19 productores. Se los conoce como el “Grupo Lajitas”, y reúne a los productores más grandes y más antiguos de Anta. Tiene diez productores y 60.000 has., pero incluyendo a Alfredo Olmedo que, por sí solo, tiene 25.000. El grupo ProAnta fue formado más recientemente y con nueve productores tiene 35.000 has. Pensando en un promedio de 1000 has. por productor para las restantes 55.000 a 105.000 has. (según cuál sea la estimación), muy a grosso modo se puede estimar que son cultivadas por entre 55 a 105 productores, además de los 19 ya mencionados. A ello debemos agregar las seis ‘megaempresas’, que cumplen un papel muy importante en el imaginario social, y que se distinguen del resto de los productores por la magnitud de la superficie que ocupan, pero sobre todo por la magnitud de la inversión. Se caracterizan por su gran disponibilidad de capital, por la facilidad con la cual pueden reconvertirse, por el bajo perfil con el cual manejan sus decisiones empresarias (lo cual contribuye a controversias y sospechas de todo tipo) y por la tecnología que utilizan, inusual para la zona, en general importada o copiada de otras zonas. Estas megaempresas son LIAG S.A., Agropecuaria Río Juramento, CRESUD, Los Dálmatas, Olmedo y La Moraleja.
Un primer factor de diferenciación, entonces, entre estos productores sojeros, es la cantidad de tierra bajo cultivo. Sin embargo, esta variable no parece correlacionarse con la adopción de un paquete tecnológico diferenciado, el cual, por el contrario, es más que uniforme. Hoy en día, el 95% de la soja de la zona se cultiva en siembra directa. Todos, independientemente del tamaño del predio, utilizan variedades transgénicas y los mismos agroquímicos (salvo pocas hectáreas con soja orgánica). El mercado es el mismo: las cuatro o cinco grandes cerealeras instaladas en la zona.
Otros factores que deben ser tomados en cuenta, en el intento de construir una tipología de productores son el origen del capital y la trayectoria del productor. Por un lado, subsiste un grupo de productores llegados en la década del '70 con el primer impulso de la expansión. Pero en la década del '80, e incluso a inicios de los '90, aparece un segundo grupo de productores e inversores, atraídos por el bajo precio de la tierra, la posibilidad de conseguir grandes superficies y la alta rentabilidad. Esta segunda oleada tiene una mentalidad más empresaria, más "progresista". También hay que tener en cuenta el estilo de administración del campo y la estrategia financiera-productiva adoptada. Mientras algunos productores cuentan con toda la infraestructura necesaria (maquinaria para la siembra y la trilla, camionetas, galpones, etc.) y se expanden en la búsqueda de economías de escala dados los altos costos fijos, otros tercerizan al máximo, aprovechando la presencia en la zona de contratistas para cada una de las labores: siembra, cosecha y fumigación. En términos de expansión, también las estrategias son muy diversas: desde quienes han crecido muy lentamente y sobre todo en base a capital propio, y quienes han crecido rápidamente, acudiendo al endeudamiento bancario.

El nuevo paquete tecnológico: la siembra directa

Hacia mediados de la década del '80, la soja empieza a sustituir al poroto en Anta. El poroto había sido hasta entonces el cultivo por excelencia, pero el precio del grano era un albur. Y en cuanto a rendimientos, aunque el poroto requiere menos humedad que la soja convencional, también había altibajos con los cambios de precipitación. El poroto, un cultivo absolutamente regional, apenas si contaba con un programa de investigación del INTA local, mientras que la soja contaba con un paquete tecnológico probado y validado en la región pampeana.
Los principales problemas agronómicos en Anta para el cultivo de cereales eran el estrés hídrico, que se acentuaba en años secos, y el hecho de que el suelo quedaba al desnudo en la época del cultivo, expuesto a las altas temperaturas y a las lluvias de verano, que en pocos años iban lavando el suelo. Las ventajas del paquete tecnológico eran obvias entonces: disminuía el riesgo climático, garantizando la productividad; permitía recuperar los suelos, que hasta ese entonces se degradaban crecientemente; tratándose de un cultivo con un mercado más estable, permitía prever una cierta rentabilidad y un manejo empresarial más eficiente (ahora el productor podía proyectar sus rendimientos); simplificaba el proceso productivo, ahora más rápido y mas eficiente, abaratando los costos de producción; las empresas que proveen los insumos (semillas, agroquímicos) y la maquinaria siguen desarrollando o validando la tecnología, dando un soporte técnico al productor e introduciendo mejoras que permiten abaratar aún más los costos y se daba la posibilidad de expandir la frontera agrícola a zonas mas áridas (hasta los 500 mm)
Como era de esperar, y dados los menores requerimientos de laboreo, la siembra directa también significa un menor requerimiento de maquinaria. Sin embargo, la maquinaria para la siembra directa es más compleja y más costosa, lo cual abre un mercado para los contratistas. Pese a ello, no todas han sido ventajas con la siembra directa, como analizaremos con más detalle: la siembra directa supuso una nueva alteración del ecosistema, con lo cual aparecieron nuevas malezas y sobre todo nuevas plagas y enfermedades, lo cual implica el uso de herbicidas y plaguicidas en grandes cantidades y con gran impacto en el ambiente; la creciente dependencia de las semilleras, que sacan al mercado nuevas variedades con mejor potencial o resistentes a nuevas enfermedades; el requerimiento de mano de obra es muchísimo menor. Lo que puede haber favorecido la rentabilidad empresarial ha significado desempleo y un mayor empobrecimiento de la zona.
El paquete tecnológico, como hemos podido observar, sigue siendo muy dinámico. Ya no son los tradicionales generadores de tecnología (la Universidad, el INTA) quienes brindan la asistencia técnica; ahora son las mismas empresas de agroquímicos y semilleras, así como las cerealeras presentes en la zona (Monsanto, Cargill, Dekalb, Continental, Pioneer, Zeneca).

Ocupación y pulsos de la expansión agropecuaria

Buena parte del departamento de Anta, y en especial el área de expansión agropecuaria, se ubica en el llamado “Umbral al Chaco salteño”, una franja con orientación norte-sur y de transición entre las laderas orientales y húmedas de los Andes y la llanura chaqueña árida.
En términos de historia ambiental, podemos distinguir cuatro grandes periodos: la ocupación del Umbral, a partir del siglo XVIII, cuando se forman las grandes haciendas ganaderas; la etapa de la explotación forestal del Umbral, que cobra dinamismo hacia 1920-1930 con la llegada del ferrocarril; la primera expansión agropecuaria, que se inicia hacia 1965, con masivos desmontes para el cultivo básicamente de poroto y que parecía cerrarse con una inevitable degradación ambiental; una segunda expansión, que situamos alrededor de 1990, esta vez para la producción de soja, que utiliza este paquete tecnológico de punta, basado en la siembra directa y que significará un nuevo desplazamiento de la frontera agrícola en tierras antes ganaderas o marginales.
Los factores que explican la primera expansión agropecuaria (1965-1990) en el Noroeste Argentino, y en especial en Salta, han sido ampliamente descritos por varios autores, y sólo los enumeraremos aquí en forma resumida: un ciclo de años más húmedos, favorable a la producción de granos; la existencia de buenos precios en el mercado internacional, tanto para la soja como para el poroto; el muy bajo precio de la tierra, que permitió que en los mejores años tanto la tierra como el costo del desmonte necesario para habilitar la tierra para el cultivo pudiera pagarse con las primeras cosechas y, finalmente, las políticas de subsidio del gobierno nacional (Ley 22211/80), que con el argumento de promover la puesta en valor de zonas áridas y semiáridas, otorgó ventajas impositivas y crediticias que hicieron aún más atractivas las inversiones.
En términos ambientales y productivos, sin embargo, el éxito fue invariablemente de corto plazo: una vez aprovechada la fertilidad natural acumulada, los suelos se agotaban rápidamente, decaía la producción, los campos eran abandonados o dedicados a una ganadería extensiva y se procedía a desmontar nuevas superficies, repitiéndose el ciclo. A fines de los años '80, el panorama parecía más bien sombrío, y los estudios coincidían en señalar la insustentabilidad ambiental y productiva del modelo, el agotamiento de los suelos y el progresivo abandono de los campos.

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