El proyecto de reforma electoral presentado por el Gobierno nacional y en discusión actualmente en las comisiones parlamentarias revela el objetivo del Gobierno, por un lado, de poner en caja a la disidencia pejotista, y por otro forzar a la oposición a cerrar filas en torno a un siempre conflictivo frente electoral. Apuesta a mantener el dominio sobre el electorado a partir de una oposición disgregada en no más de tres o cuatro fuerzas y de eliminar la competencia interna. Más allá de los avatares coyunturales, se impone la necesidad de nuevas reglas de juego político. En Salta, los efectos se sentirán también en las fuerzas locales.
Por Daniel Escotorin
El esquema político actual es verdaderamente anárquico: fuerzas construidas sin respetar lo que la misma ley actual ordena a base de decretos dictados a conveniencia del poder y de las internas del pejotismo (por lo menos así ha sucedido desde las elecciones generales del año 2003, lo que permitió la elección de Néstor Kirchner). Vale recordar aquella histórica elección luego de la catástrofe político-social de diciembre de 2001, que eyectó desde la terraza de la Casa Rosada al aliancista radical Fernando De la Rúa. Se hablaba en ese entonces de la “crisis de representación”: esto era el punto máximo de ruptura entre la sociedad argentina y sus partidos políticos, los que, a fuerza de incumplir promesas, cerrarse sobre las ambiciones personales de sus dirigentes elegidos (desde el presidente hasta el último de los concejales, salvo limitadas excepciones) y hundirse en el fango del discurso pragmático y posibilista, negó derechos y soluciones urgentes a millones de argentinos. “Que se vayan todos” era una consigna levantada en noches de temidos cacerolazos por los fugaces presidentes de ese tumultuoso 2002.
Pero en la política, casi como una ley física, el vacío no existe, y lo que no se ocupa se llena con lo que existe. Así, para las elecciones de mayo de 2003, las principales fuerzas que competían eran desprendimientos de sus troncos originales que, nada es casual, provenían de las mismas fuerzas responsables del colapso nacional; es decir, el Partido Justicialista (PJ) y la Unión Cívica Radical (UCR). Por un artilugio del presidente provisional Eduardo Duhalde, que buscaba impugnar el resurgimiento de su rival Carlos Menem, anuló las internas partidarias y permitió que los candidatos se presentaran con fuerzas propias sin hacer uso de los símbolos del PJ. Así, Menem (junto a J. C. Romero), Kirchner y Rodríguez Saa compitieron con distintos nombres o frentes electorales, naciendo allí el Frente para la Victoria, sello K que sobrevive hasta el día de hoy. Los radicales también presentaron sus ex en nuevas fuerzas: la entonces progresista Elisa Carrió, con el ARI, y el ex ministro fugaz de la Alianza, Ricardo López Murphy, con su Recrear. Desde entonces no mejoraron las cosas; por el contrario, y para hacer un ejercicio de memoria local, vale recordar también las piruetas electorales de los pejotistas salteños: en el 2007, Juan Manuel Urtubey compitió desde el Frente para la Victoria con Juan Carlos Romero por el PJ; ganó el primero e inmediatamente se hizo del aparato partidario que sigue presidiendo JCR. Durante este año Urtubey, a través de sus candidatos, participó en las legislativas desde el PJ contra el mismísimo presidente de ese partido, que actuó con una fuerza ajena llamada Frente Federal. ¿Clarito? Bueno, si no entendió…
Pero en la política, casi como una ley física, el vacío no existe, y lo que no se ocupa se llena con lo que existe. Así, para las elecciones de mayo de 2003, las principales fuerzas que competían eran desprendimientos de sus troncos originales que, nada es casual, provenían de las mismas fuerzas responsables del colapso nacional; es decir, el Partido Justicialista (PJ) y la Unión Cívica Radical (UCR). Por un artilugio del presidente provisional Eduardo Duhalde, que buscaba impugnar el resurgimiento de su rival Carlos Menem, anuló las internas partidarias y permitió que los candidatos se presentaran con fuerzas propias sin hacer uso de los símbolos del PJ. Así, Menem (junto a J. C. Romero), Kirchner y Rodríguez Saa compitieron con distintos nombres o frentes electorales, naciendo allí el Frente para la Victoria, sello K que sobrevive hasta el día de hoy. Los radicales también presentaron sus ex en nuevas fuerzas: la entonces progresista Elisa Carrió, con el ARI, y el ex ministro fugaz de la Alianza, Ricardo López Murphy, con su Recrear. Desde entonces no mejoraron las cosas; por el contrario, y para hacer un ejercicio de memoria local, vale recordar también las piruetas electorales de los pejotistas salteños: en el 2007, Juan Manuel Urtubey compitió desde el Frente para la Victoria con Juan Carlos Romero por el PJ; ganó el primero e inmediatamente se hizo del aparato partidario que sigue presidiendo JCR. Durante este año Urtubey, a través de sus candidatos, participó en las legislativas desde el PJ contra el mismísimo presidente de ese partido, que actuó con una fuerza ajena llamada Frente Federal. ¿Clarito? Bueno, si no entendió…
Así las cosas, es evidente que ni a ganadores ni a perdedores se les puede reclamar seriedad ni coherencia en sus acciones, y entonces es real que se necesita una ley que ponga límites a estos mamarrachos, sin olvidar las nefastas listas colectoras, que dicho en criollo es simplemente colgarse de la imagen del seguro ganador y desde allí ver que se liga, a veces casi por casualidad, ya que el sufrido votante entraba al cuarto oscuro, se encontraba con un candidato a gobernador, por ejemplo, en seis boletas, agarraba cualquiera y listo. Y si algo más se puede sumar al desaguisado en las últimas elecciones ante la incapacidad o la viveza de no convocar a elecciones internas, recordemos que se presentaron cuatro fuerzas panpejotistas: el propio PJ, el Frente Federal, el Frente Salteño y el Frente para la Victoria.
Tres son multitud
Sin embargo, a pesar de encontrar elementos razonables y positivos en el proyecto oficial, éste en su esencia tiende a una reforma estructural del sistema de participación electoral y desde los requisitos que se exigirían a los partidos, se ve que se apunta a un retorno y restablecimiento orgánico del bipartidismo. Este sistema no es casual, sino absolutamente funcional a las necesidades de un esquema de restauración de la estabilidad política cuya base es la alternancia entre partidos, ya sean reformistas o conservadores, pero en sustancia de preservación del modelo capitalista. Los ejemplos nacionales abundan y están cerquita nuestro: en Uruguay, a lo largo del siglo XX, convivieron en “democrática alternancia” blancos y colorados, postergando por casi cuatro décadas a al izquierdista Frente Amplio; algo similar ocurre con el modelo español, donde conviven el conservador Partido Popular y el progresista PSOE, o el de Chile, con la Concertación de Partidos, alianza cuasi progresista en el gobierno desde 1989 y la derechista Alianza por Chile, y donde veinte años después surge una tercera fuerza, desprendida del riñón de la Concertación para asomar como futura opción a las dos alianzas actuales. En definitiva, el proyecto busca ajustar la sobreoferta de partidos para reducirla a su mínima expresión, fomentando las alianzas políticas de carácter perdurable.
Si se analizan los resultados de las últimas elecciones presidenciales, de octubre de 2007, se puede observar que, de catorce fuerzas en competencia, con la actual ley sólo hubieran quedado cuatro de ellas: el Frente para la Victoria (45%), la Coalición Cívica (23%), la UCR (17%) y el Frente Justicia, Unidad y Libertad de Alberto Rodríguez Saa (8%). Como se ve, dos fuerzas (pan)radicales y el pejotismo se llevan el 93% de los votos: no sorprende entonces que de la boca para afuera los radicales se muestren disconformes, pero puertas adentro saludan con regocijo este proyecto, que obliga a volver a todos los emigrados post 2001.
Con justa razón, el diputado electo por la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Fernando “Pino” Solanas, salió al cruce de este proyecto, porque los partidos provinciales o que no tienen una presencia en todas las provincias, estarían condenados a desaparecer. Se puede pensar que lo mismo ocurriría en Salta con el hoy instalado Partido Obrero (PO), ya que a nivel nacional ambas fuerzas no llegan al piso mínimo requerido del 3%, o por caso a Libres del Sur, que cuenta con representación legislativa nacional por dos provincias y en el caso de Salta con un diputado provincial. En el caso del PO, es la cuarta fuerza política, pero en la suma nacional no llega al 1%. En definitiva, si por un lado se tendería a una normalización en el funcionamiento de los partidos políticos, por otro se busca concentrar la mayor cantidad de votos en un sistema bipolar y reducido, ya que los candidatos de cada fuerza surgirían de elecciones internas abiertas y obligatorias, y quienes no se presenten o pierdan no pueden participar en las generales. La explicación de esto es que se busca fortalecer los partidos a través de la participación compulsiva del ciudadano; si ya cuesta convencer frente a la oferta actual, nada hace pensar que la obligatoriedad va a generar conciencia política o participación ciudadana activa y conciente. El fortalecimiento de los partidos políticos sólo se logrará con una ética política surgida y alimentada desde la propia dirigencia y con gestos reales de respeto hacia la comunidad, es decir, comprometerse verdaderamente frente a las necesidades de las grandes mayorías, necesidades que son muchas y urgentes. Sólo así se fortalecerán tanto los partidos como la democracia en sí misma. El resto es para la foto.
Desde abajo nació el PAT
Se trata del Partido Auténtico de los Trabajadores (PAT), nueva fuerza política que hizo su presentación el jueves pasado, en el salón de la Agremiación Judicial. Este partido nace ante la iniciativa de un grupo de dirigentes de la Central de Trabajadores de Argentina (CTA) Salta, que ya habían participado en la experiencia electoral a través del Encuentro Popular Amplio (EPA), alianza constituida por el Partido Comunista, el Partido Humanista y el MOCEP de Armando Jaime, entre otros. Ahora se suman al frente ya con partido propio y, dicen sus referentes, “con el objetivo de dotar a los trabajadores de una nueva y auténtica representación política, una fuerza propia de los trabajadores”.
El PAT se vincula con otras experiencias políticas surgidas desde la CTA, como la del diputado nacional por la ciudad de Buenos Aires, Claudio Lozano, el UNE de Neuquén o el partido de Víctor de Gennaro, que es parte del frente que lidera en la provincia de Buenos Aires el diputado electo Martín Sabatella. Por esta razón es que la semana anterior mantuvieron una conversación privada con Fernando “Pino” Solanas durante su estadía en la ciudad de Salta.
Entre los referentes y miembros de la Junta Promotora del PAT se encuentran Vuenaventura David, María Lapasset y Laureano Sánchez, y en consonancia con la nueva ley, ya están saliendo a juntar y llenar fichas de afiliación.
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