La marcha de la “Noche Blanca”
El 31 de Octubre, la parroquia de Rosario de Lerma convocó desde sus puertas a una marcha, denominada “la noche blanca”, para oponerse a los festejos de Halloween y defender la salteñidad.
El 31 de Octubre, la parroquia de Rosario de Lerma convocó desde sus puertas a una marcha, denominada “la noche blanca”, para oponerse a los festejos de Halloween y defender la salteñidad.
Daniel Medina
Todo pueblo es más de lo que parece ser. A veces, la única forma de poder observar más allá de las apariencias y máscaras cotidianas, es conocer los dioses que los integrantes de esa sociedad han creado.
La clave para entender al municipio de Rosario de Lerma está en el interior de su parroquia: la virgen tiene un sombrero negro y un poncho salteño. Sobre la mano derecha, la imagen mantiene un rosario y sobre la izquierda, además del niñito Jesús (vestido con la indumentaria de un gaucho), sostiene, firme y amenazante, un rebenque, ése látigo corto utilizado por los gauchos para azuzar a los caballos pero también como un arma: suplía al facón en los combates en que la sangre no se hacía necesaria. Esa virgencita es creación nuestra, pues “no la va a ver en ningún otro lado”, dice, con orgullo, la mujer que atiende en la secretaría-caja de la iglesia, donde, en medio de estampitas y posters de santos, se destaca un cartel que explica: Misa: $30; Bautismo, $ 30; Casamiento $70. Me ofrece una estampita: “Sólo 15 centavos, don, para que la conozca más mejor”.
Cada santo cumple un rol. Es creado a imagen y semejanza de sus creyentes. Tiene una función específica, asignada por los devotos. Toda sociedad se expresa a través de sus dioses: se describe a sí misma; conciente o inconcientemente, desnuda su representación del mundo.
La oración, escrita especialmente para esta virgen, permite reconstruir a la perfección la ideología del creyente y, también, conocer qué función se espera que cumpla dentro de la comunidad. El que ora es un hombre de campo: “Madrecita donosa, que labraste con esmero el fruto de la vida, ampara al hombre laborioso y sufrido del campo. Cobija con tu poncho rojo… Intercede para que la gracia del creador se derrame entre los benditos dedos del Changuito que acunan tus brazos, sobre campos, tambos, huertas y ganados”. Pero, sobre todo, el que ora es un ser temeroso del paso del tiempo: “Ayúdanos, para que el estandarte que levantamos de la paz y del respeto, sea tan fuerte como el trenzado que hacemos con los tientos. Que seamos, valientes en la fe y dignos defensores, de la cultura y tradiciones de nuestro suelo, para que no se pierdan”.
Brujo shop
Está claro: la virgen gaucha ha sido creada para anclar el tiempo. Pese a que, en la misma oración, el penitente se queja de la pobreza, lo que le pide a la virgen es que nada cambie. El rebenque en la mano izquierda es una amenaza latente: porque los habitantes de Rosario de Lerma necesitan recordar que hay una pena que no deben transgredir. Y sin embargo, transgreden. Aunque en la oración se le pide a la madrecita Gaucha que suplique a Tata Dios para que ablande los corazones endurecidos por “ideologías inhumanas del consumismo”, afuera, los rosarinos tienen que seguir. El 31 de octubre, en las mismas tiendas en las que se venden trajes, máscaras y tridentes para Halloween, se ofrecen alitas de ángel, coronitas y vestiditos para la “noche blanca”; aunque la proporción de distribución en los comercios será de un 80% contra un 20% a favor de “esa cosa que hacen los yanquis”, (palabras de una policía de tránsito).
La gente compra mucho más los artículos de Halloween, “y eso que las máscaras están a $35 y los tridentes $15, mientras que las alitas no pasan de los $10”, explica una joven vendedora. Reconoce, sí, que en comparación con el año pasado las ventas han caído un poco, pero lo atribuye a la crisis económica y a que “si yo le compré a mi chinita una máscara de esas tan caras el año pasado, más vale que este año se la hago poner de nuevo, no voy a estar comprando otra, pues”. Inmediatamente la mujer trata de venderme unas telarañas gigantes, con el arácnido incluido, que penden sobre el techo: “además se recicla: le saca el bicho y sobre el árbol de navidad la telaraña pasa como nieve”, me dice.
La “noche blanca” consiste en una marcha convocada por la parroquia, en la que los chicos del pueblo, vestidos todos de blanco o disfrazados de algún santo, marchan: el objetivo de la caminata no es otro que oponerse a Halloween. "Es una alternativa para recuperar valores y costumbres que nos identifican. No es sano salir vestidos de diablos y demonios pidiendo golosinas cada vez que se toca la puerta de un hogar. Puede ser divertido, pero su significado dista mucho de nuestras creencias y tradiciones… Quizás no saben su origen y real devoción. Pero ya tenemos antecedentes de veneraciones excéntricas que han calado hondo en nuestra sociedad”, manifestó a El Tribuno Javier López, organizador del evento.
De este líder de la cruzada por la salteñidad, sólo se sabe que es integrante de un grupo parroquial y de una murga artística, y que brinda un taller artístico con el muy salteño nombre de "Brujo Shop". A nadie le parece extraño que se pretenda defender la tradición, inventando una que hasta hace dos años no existía: “la noche blanca.” La iglesia arriesga un cambio para tratar de impedir que nada cambie.
Dulce, Treta o Rebenque
Pero ya son las ocho de la noche y en la cancha de básquet del Parque Evita se empieza a preparar la marcha. Las estrategias de captación son interesantes. Los cristianos han entendido que uno de los factores que hacen tan atractivos a Halloween para los chicos, además de los disfraces, son los dulces gratis. Y es por eso que con bombos y platillos los organizadores de “la noche blanca” anuncian que como premios a los participantes que se anoten les regalarán caramelos, chocolates, pochochos, chupetines, de todo. Y ni siquiera tienen que salir a buscar un disfraz: en el medio de la cancha, en una caja gigante, hay decenas y decenas de elementos para prestar.
-Chucho! Chucho!, tengo unas alas para vos!!, grita, desaforada, una de las organizadoras. Pero Chucho, que tendrá unos ocho años, no se despega de las piernas de su padre y no hace ni el ademán de acercarse a la mujer. Finalmente ella se acerca, sin las alas, pero con un vestidito blanco. La expresión de horror en la cara de Chucho ante la posibilidad de tener que ponerse el vestidito se vuelve casi inocultable. El padre parece darse cuenta porque explica, con cierta culpa, que no van a poder participar porque tienen unas cosas que hacer. (Expresión de alivio en Chucho).
Hay santos para todos los gustos. Uno, visto desde atrás, con una capucha blanca puntiaguda, parece del Ku Klux Klan. Hay un José y una Virgen María con un bebé de plástico en las manos, varias Santa Ritas, un San Expedito, un San Roques, dos o tres san franciscos y ángeles por todas partes. Llama la atención la cantidad de adultos que participan. Un perro, atraído por los caramelos, olfatea la pierna de uno de los ángeles. “Salí de acá, perro choto”, dice el serafín y le da un puntano al cazchi, que se aleja, cola entre las piernas, tras haber despertado la ira divina.
Son las ocho y media y todavía falta que llegue de la otra iglesia Javier López, que ya está llegando, micrófono en mano, sobre un acoplado de camión tirado por una cuatro por cuatro roja, junto a un guitarrista y dos cantantes y seguido por dos decenas de santitos blancos y transpirados que corran tras el rodado. López recupera energías: ha venido cantando y alentando a los fieles y ahora le toca organizar la etapa final. De la nada, como caídos del cielo, aparecen más angelitos y la marcha en la que no se esperaba más de 100 participantes, de repente ocupa casi una cuadra entera (sin llegar a los 3000 que los policías, a ojo de buen cubero, calcularon para El Tribuno. Se sabe: en Rosario de Lerma, los policías son como los chicos: no mienten, exageran).
Toman aire, y agua y vuelven a arrancar. La marcha va despacio. López arenga desde el suelo, mientras en el acoplado siguen con las canciones cristianas. Por momentos López parece el animador de un boliche. Marca los movimientos: las manos arriba, aplaudan todos, a ver ahora solo los chicos… ahora las nenas. Desde las ventanas, o sentadas en los zaguanes de sus casas, algunas personas aplauden; pero la expresión que predomina en los rostros es de fascinación: sólo nos fascina aquello que nos atrae y al mismo tiempo nos paraliza, nos produce espanto (las criaturas, por separado, así vestidas, generan ternura; pero el conjunto suscita otras sensaciones)
El momento de la verdad se produce en cercanía de la plaza, donde Halloween se viene desarrollando en plena forma. Drácula, el pirata Barba negra, Frankenstein y La Muerte miran con horror la cercanía de la manifestación. Huyámos, mamá, le dice el aterrado Drácula, que no debe medir más de un metro y aún así es el más alto de los monstruos. El pirata contempla su espada de plástico y reniega de su inutilidad. No va a pasar nada, le dice la mujer a su hijo y le pide que se quede, pero apenas mira hacia la marcha la expresión en su rostro se vuelve ambigua. Sí, nos van a cagar a patadas, mamá, dice el vampiro, ya espantado. La mujer no responde, se limita a emprender la retirada, casi corriendo, tras las criaturas, hacia el centro de la plaza. De la misma manera reaccionan tres brujitas adolescentes, que no saben muy bien donde esconder las calabazas.
Pero no hay violencia y los valientes en la fe y dignos defensores de la cultura y tradiciones de nuestro suelo ingresan y llenan la iglesia, la misma que en la misa de las 19 hs. había estado casi vacía. Y allí reciben, triunfantes, la bendición del párroco, por los excelentes servicios prestados en defensa de la salteñidad.
La clave para entender al municipio de Rosario de Lerma está en el interior de su parroquia: la virgen tiene un sombrero negro y un poncho salteño. Sobre la mano derecha, la imagen mantiene un rosario y sobre la izquierda, además del niñito Jesús (vestido con la indumentaria de un gaucho), sostiene, firme y amenazante, un rebenque, ése látigo corto utilizado por los gauchos para azuzar a los caballos pero también como un arma: suplía al facón en los combates en que la sangre no se hacía necesaria. Esa virgencita es creación nuestra, pues “no la va a ver en ningún otro lado”, dice, con orgullo, la mujer que atiende en la secretaría-caja de la iglesia, donde, en medio de estampitas y posters de santos, se destaca un cartel que explica: Misa: $30; Bautismo, $ 30; Casamiento $70. Me ofrece una estampita: “Sólo 15 centavos, don, para que la conozca más mejor”.
Cada santo cumple un rol. Es creado a imagen y semejanza de sus creyentes. Tiene una función específica, asignada por los devotos. Toda sociedad se expresa a través de sus dioses: se describe a sí misma; conciente o inconcientemente, desnuda su representación del mundo.
La oración, escrita especialmente para esta virgen, permite reconstruir a la perfección la ideología del creyente y, también, conocer qué función se espera que cumpla dentro de la comunidad. El que ora es un hombre de campo: “Madrecita donosa, que labraste con esmero el fruto de la vida, ampara al hombre laborioso y sufrido del campo. Cobija con tu poncho rojo… Intercede para que la gracia del creador se derrame entre los benditos dedos del Changuito que acunan tus brazos, sobre campos, tambos, huertas y ganados”. Pero, sobre todo, el que ora es un ser temeroso del paso del tiempo: “Ayúdanos, para que el estandarte que levantamos de la paz y del respeto, sea tan fuerte como el trenzado que hacemos con los tientos. Que seamos, valientes en la fe y dignos defensores, de la cultura y tradiciones de nuestro suelo, para que no se pierdan”.
Brujo shop
Está claro: la virgen gaucha ha sido creada para anclar el tiempo. Pese a que, en la misma oración, el penitente se queja de la pobreza, lo que le pide a la virgen es que nada cambie. El rebenque en la mano izquierda es una amenaza latente: porque los habitantes de Rosario de Lerma necesitan recordar que hay una pena que no deben transgredir. Y sin embargo, transgreden. Aunque en la oración se le pide a la madrecita Gaucha que suplique a Tata Dios para que ablande los corazones endurecidos por “ideologías inhumanas del consumismo”, afuera, los rosarinos tienen que seguir. El 31 de octubre, en las mismas tiendas en las que se venden trajes, máscaras y tridentes para Halloween, se ofrecen alitas de ángel, coronitas y vestiditos para la “noche blanca”; aunque la proporción de distribución en los comercios será de un 80% contra un 20% a favor de “esa cosa que hacen los yanquis”, (palabras de una policía de tránsito).
La gente compra mucho más los artículos de Halloween, “y eso que las máscaras están a $35 y los tridentes $15, mientras que las alitas no pasan de los $10”, explica una joven vendedora. Reconoce, sí, que en comparación con el año pasado las ventas han caído un poco, pero lo atribuye a la crisis económica y a que “si yo le compré a mi chinita una máscara de esas tan caras el año pasado, más vale que este año se la hago poner de nuevo, no voy a estar comprando otra, pues”. Inmediatamente la mujer trata de venderme unas telarañas gigantes, con el arácnido incluido, que penden sobre el techo: “además se recicla: le saca el bicho y sobre el árbol de navidad la telaraña pasa como nieve”, me dice.
La “noche blanca” consiste en una marcha convocada por la parroquia, en la que los chicos del pueblo, vestidos todos de blanco o disfrazados de algún santo, marchan: el objetivo de la caminata no es otro que oponerse a Halloween. "Es una alternativa para recuperar valores y costumbres que nos identifican. No es sano salir vestidos de diablos y demonios pidiendo golosinas cada vez que se toca la puerta de un hogar. Puede ser divertido, pero su significado dista mucho de nuestras creencias y tradiciones… Quizás no saben su origen y real devoción. Pero ya tenemos antecedentes de veneraciones excéntricas que han calado hondo en nuestra sociedad”, manifestó a El Tribuno Javier López, organizador del evento.
De este líder de la cruzada por la salteñidad, sólo se sabe que es integrante de un grupo parroquial y de una murga artística, y que brinda un taller artístico con el muy salteño nombre de "Brujo Shop". A nadie le parece extraño que se pretenda defender la tradición, inventando una que hasta hace dos años no existía: “la noche blanca.” La iglesia arriesga un cambio para tratar de impedir que nada cambie.
Dulce, Treta o Rebenque
Pero ya son las ocho de la noche y en la cancha de básquet del Parque Evita se empieza a preparar la marcha. Las estrategias de captación son interesantes. Los cristianos han entendido que uno de los factores que hacen tan atractivos a Halloween para los chicos, además de los disfraces, son los dulces gratis. Y es por eso que con bombos y platillos los organizadores de “la noche blanca” anuncian que como premios a los participantes que se anoten les regalarán caramelos, chocolates, pochochos, chupetines, de todo. Y ni siquiera tienen que salir a buscar un disfraz: en el medio de la cancha, en una caja gigante, hay decenas y decenas de elementos para prestar.
-Chucho! Chucho!, tengo unas alas para vos!!, grita, desaforada, una de las organizadoras. Pero Chucho, que tendrá unos ocho años, no se despega de las piernas de su padre y no hace ni el ademán de acercarse a la mujer. Finalmente ella se acerca, sin las alas, pero con un vestidito blanco. La expresión de horror en la cara de Chucho ante la posibilidad de tener que ponerse el vestidito se vuelve casi inocultable. El padre parece darse cuenta porque explica, con cierta culpa, que no van a poder participar porque tienen unas cosas que hacer. (Expresión de alivio en Chucho).
Hay santos para todos los gustos. Uno, visto desde atrás, con una capucha blanca puntiaguda, parece del Ku Klux Klan. Hay un José y una Virgen María con un bebé de plástico en las manos, varias Santa Ritas, un San Expedito, un San Roques, dos o tres san franciscos y ángeles por todas partes. Llama la atención la cantidad de adultos que participan. Un perro, atraído por los caramelos, olfatea la pierna de uno de los ángeles. “Salí de acá, perro choto”, dice el serafín y le da un puntano al cazchi, que se aleja, cola entre las piernas, tras haber despertado la ira divina.
Son las ocho y media y todavía falta que llegue de la otra iglesia Javier López, que ya está llegando, micrófono en mano, sobre un acoplado de camión tirado por una cuatro por cuatro roja, junto a un guitarrista y dos cantantes y seguido por dos decenas de santitos blancos y transpirados que corran tras el rodado. López recupera energías: ha venido cantando y alentando a los fieles y ahora le toca organizar la etapa final. De la nada, como caídos del cielo, aparecen más angelitos y la marcha en la que no se esperaba más de 100 participantes, de repente ocupa casi una cuadra entera (sin llegar a los 3000 que los policías, a ojo de buen cubero, calcularon para El Tribuno. Se sabe: en Rosario de Lerma, los policías son como los chicos: no mienten, exageran).
Toman aire, y agua y vuelven a arrancar. La marcha va despacio. López arenga desde el suelo, mientras en el acoplado siguen con las canciones cristianas. Por momentos López parece el animador de un boliche. Marca los movimientos: las manos arriba, aplaudan todos, a ver ahora solo los chicos… ahora las nenas. Desde las ventanas, o sentadas en los zaguanes de sus casas, algunas personas aplauden; pero la expresión que predomina en los rostros es de fascinación: sólo nos fascina aquello que nos atrae y al mismo tiempo nos paraliza, nos produce espanto (las criaturas, por separado, así vestidas, generan ternura; pero el conjunto suscita otras sensaciones)
El momento de la verdad se produce en cercanía de la plaza, donde Halloween se viene desarrollando en plena forma. Drácula, el pirata Barba negra, Frankenstein y La Muerte miran con horror la cercanía de la manifestación. Huyámos, mamá, le dice el aterrado Drácula, que no debe medir más de un metro y aún así es el más alto de los monstruos. El pirata contempla su espada de plástico y reniega de su inutilidad. No va a pasar nada, le dice la mujer a su hijo y le pide que se quede, pero apenas mira hacia la marcha la expresión en su rostro se vuelve ambigua. Sí, nos van a cagar a patadas, mamá, dice el vampiro, ya espantado. La mujer no responde, se limita a emprender la retirada, casi corriendo, tras las criaturas, hacia el centro de la plaza. De la misma manera reaccionan tres brujitas adolescentes, que no saben muy bien donde esconder las calabazas.
Pero no hay violencia y los valientes en la fe y dignos defensores de la cultura y tradiciones de nuestro suelo ingresan y llenan la iglesia, la misma que en la misa de las 19 hs. había estado casi vacía. Y allí reciben, triunfantes, la bendición del párroco, por los excelentes servicios prestados en defensa de la salteñidad.
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