lunes, 23 de noviembre de 2009

El camino desde el Monte de Piedad

Cuenta la historia que el Monte de Piedad tuvo un origen lejano, y un propósito entre solidario y justiciero: evitar los elevados intereses que se les cobraba a los más necesitados. Fue así como esta figura fue cobrando solidez, adquiriendo nuevos caracteres y afirmándose en el incipiente mundo financiero. Veamos a continuación, el camino recorrido a la fecha.


Por Gabriela Gutiérrez






Que las desorbitantes medidas económicas implementadas durante el menemato dejaron sumida a toda la sociedad en una situación compleja no es novedoso. Tampoco es revelador decir que el tejido social quedó destruido y la población sumida en un contexto de vulnerabilidad. Ahora bien, los modos de recupero económico de la ciudadanía y sus posibilidades de acceso a créditos capaces de activarlos sí lo son. He aquí una reseña de algunos habilidosos que venden espejitos de colores.

Con el correr de los años y la llegada del kirchnerismo al poder, sus primigenias medidas económicas y políticas fueron de a poco combatiendo, o al menos eso se decía, algunos de los nefastos efectos de los noventa, entre los cuales el desempleo se desprende como uno de los más graves y con las peores consecuencias.

El creciente grupo de desempleados aislados del sistema también se vio privado del acceso al crédito, quedando de esta manera en las márgenes de un sistema financiero que los excluía de la posibilidad de ampliar sus recursos o de hacer frente a nuevos emprendimientos.

La aparición de las microfinanzas en ese escenario ha permitido el acceso a novedosas líneas de crédito, destinadas a pequeños emprendedores que antes tenían vedada esta posibilidad. Algunas de estas líneas provienen del Estado- de ellas nos hemos ocupado en ediciones anteriores- , de organismos internacionales -cooperación internacional- y de entidades financieras privadas. Estás últimas han tenido un gran crecimiento en términos cuantitativos; en nuestra ciudad es fácil encontrar en la zona céntrica estas financieras.

De un tiempo a esta parte han irrumpido en la escena nacional y provincial una multiplicidad de estas entidades financieras pertenecientes a la esfera privada. Entre sus rasgos distintivos podemos destacar que se presentan como instituciones sumamente accesibles y capaces de otorgar créditos con una gran facilidad y una asombrosa rapidez. La sola presentación del recibo de sueldo, una copia del DNI y una boleta de servicios basta en algunos casos para ser considerado elegible. Superada la primera instancia de evaluación, se accede al monto solicitado a una velocidad inusitada. Hasta aquí, nada que reprocharles.

Ahora bien, en lo que refiere a los intereses que deben abonar los tomadores de crédito hay mucho para decir, puesto que son muy elevados. Marcela lo cuenta con palabras sencillas, la mirada algo perdida y esquiva, mientras controla el agua para el mate. A ella, como a muchos otros, llegar a estos lugares no le costó mucho, menos aún ilusionarse con poder afrontar, una vez obtenido el crédito, todas esas deudas que venía arrastrando. Sobre un total de tres mil pesos solicitados en una de estas entidades, Marcela devolvió unos $5.400. Le habían anunciado unos $750 de gastos, pero de los $1.650 restantes nadie le había especificado nada. Lo curioso de todo esto es que ella los encontró a través de Internet. Buscando en medio de esos días de desesperación, le pareció una buena idea consultar por ese medio. Y ahí estaban: solícitos y amables le indicaron un lugar al cual acercar la documentación. Una vez resuelta esta instancia, firmó unos papeles de letras chiquitísimas, y se retiró contenta. Setenta y dos horas más tarde los tres mil pesos estaban en su cuenta. La acrecentada deuda se descontaba a través de débito directo de su caja de –inexistentes- ahorros. Hace dos días que cumplimentó un plan de pagos cuasi eterno. Hoy asegura, sabe, que fue una decisión presurosa y equivocada.

Su historia es la de otros, como la de Nicolás, que ya contaba con una historia de varios créditos solicitados. Una financiera local, devenida en banco, le había permitido hacer frente en otras oportunidades a deudas, y al finalizar el último, le había hecho llegar a la casa una tarjeta. Recuerda que por ese entonces no sabía muy bien si era de crédito o de débito, pero el instructivo que la acompañaba indicaba los –muy-simples- pasos para obtener efectivo de los cajeros automáticos pertenecientes a la firma. Hizo una par de extracciones, y el drama llegó al momento del pago. Los intereses, a esta altura elevadísimos, y las respectivas transacciones efectuadas le dejaron una cuenta a pagar que se le hacía imposible de afrontar. Se presentó entonces en la financiera, indagando las razones de la desproporcionada deuda contraída casi sin darse cuenta. Ellos le dijeron que no había reparado en detalles casi obvios-para ellos-, que había ingresado opciones equivocadas y que debía cubrir ese gasto como fuera.

Magdalena tiene otra experiencia, y la relata con voz calma, mientras el ventilador va y viene con ruido suave; a medida que avanza su relato, ella se peina con los dedos como quien ordena la historia y le da perspectiva. Fue contactada hace poco por una vecina del barrio, que le ofreció la posibilidad de acceder a un préstamo a través de una financiera especialista en microcréditos. ¿Cómo resistirse a esa oferta? Si era lo que venía esperando de hace meses. Magdalena ya es experimentada en microcréditos, ha sido tomadora en el banquito –así denominan al Banco Popular de la Buena Fe- ; ahora enfrenta una encrucijada. Precisa el dinero, pero teme enredarse en algo complicado. Esta financiera le ofrece una modalidad que le es familiar: la del grupo solidario. Precisa reunirse junto a otras u otros emprendedores, unos doce aproximadamente, para poder acceder al crédito. Ella no lo toma a la ligera, recuerda bien lo que le costó afianzar su grupo en el banquito, las dificultades que enfrentaron, los avances juntas. Vuelve a acomodar el jopo al ritmo del ventilador blanco, y sentencia: “Ni loca me meto en esto”.

La de Magdalena no es una reflexión cualquiera. Es la de una emprendedora que ha visto “la otra historia”. La de la Economía Solidaria, esa que avanza a paso lento pero seguro. La historia que Magda conoce le enseñó que otra realidad es posible. Una en la que ella fue protagonista junto a otras emprendedoras. Ella bien sabe que es un camino largo, casi como el que siglos atrás se emprendiera con el Monte de la Piedad, pero no teme, apuesta, se juega y sabe que no está sola. La respaldan sus compañeras, la moviliza la ilusión y el compromiso. Desde siglos atrás, cuando se inició la labor del Monte de Piedad, se hace evidente que los matices son otros, que la brecha entre lo recorrido es enorme, pero hay mucho de ese principio de solidaridad y de justicia que busca evitar las redes de la usura y brindar acceso a nuevas oportunidades en la Economía Social. Esa nueva economía que hoy se palpita como una realidad concreta.

Monte de Piedad

Los Montes de Piedad (del italiano Monte di Pietà) eran entidades benéficas donde los pobres podían obtener sumas en metálico empeñando sus pertenencias y así satisfacer sus necesidades más primarias.
Nacidas en el norte y centro de Italia en el siglo XV, la iniciativa de los franciscanos nació como una forma de combatir la usura. Los primeros montes de piedad fueron establecidos desde 1462 a 1490 en Perusa, Savona, Mantua y Florencia.
En esa época era usual que los prestamistas cobraran intereses altos por los créditos: eran del orden del 20% al 200%, con lo cual el acceso al crédito estaba vedado o era muy restrictivo en cuanto al pago de los compromisos o estaba a merced de la usura para los agricultores, artesanos, pequeños comerciantes y los pobres. La palabra Monte hacía ya referencia a una caja pública o a una masa metálica de dinero. Las ciudades- estado italianas habían instaurado Montes desde el siglo XII para afrontar necesidades financieras o de obras públicas. La denominación de Piedad (di Pietà) se agrega para diferenciarlas de otros tipos de Montes, ya que cumplían fines caritativos y benéficos.
Los Montes de Piedad atendían las demandas de las clases sociales más necesitadas de protección, a través de la concesión de préstamos gratuitos sin interés, garantizados con alhajas y ropas, e intentando con ello suavizar los abusos de la usura. Para conseguir su finalidad, el Monte de Piedad necesitaba recursos, que obtenía sobre todo de la captación de depósitos en metálico. También obtenía fondos provenientes de limosnas, de ayudas de la Corona y de celebraciones religiosas. Con ello se formaba un fondo común.
No obstante, estos recursos pronto se manifestaron insuficientes y se hizo necesario cobrar intereses, hecho que supuso críticas dentro de la Iglesia Católica. Estas críticas no serían atemperadas hasta que el Concilio de Letrán en 1515 admitió la posibilidad de establecer un moderado interés por los préstamos prendarios. El Concilio de Trento (1545-1563) proclamó el carácter benéfico de los Montes de Piedad.
En el siglo XVIII, los Montes de Piedad estaban patrocinados por la iniciativa real, manteniéndose la inspiración benéfico-religiosa de su funcionamiento. En Francia no se establecieron Montes hasta 1777, pero la Revolución destruyó la especie de monopolio que ejercía aquel establecimiento y de ahí la aparición de innumerables cajas de préstamos en que se cometían enormes usuras.
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