lunes, 16 de noviembre de 2009

La sombra de una duda

Federico Cruz entró detenido a la Alcaidía en buen estado de salud y salió con toda clase de golpes. Murió, días después, en el Hospital San Bernardo. Aun cuando estaba internado, en la Aicaldía les negaban información a sus hermanas. Mentiras, muerte y maltratos, otra vez en democracia.



Por Daniel Medina

Se llamaba Federico Víctor Cruz. Ingresó detenido a la Alcaidía de la ciudad de Salta en perfectas condiciones físicas, y salió de allí en una camilla con traumatismo de cráneo, para morir, días después, en el Hospital San Bernardo. Las constantes mentiras hacia los familiares durante los días de detención han generado una serie de dudas y preguntas que desde el organismo se niegan a responder. Se ha impuesto, sobre la causa, un manto de silencio.

Nostálgicos del pasado
En unos pocos días, el 18 de noviembre, iba a cumplir 41 años. Era un tipo alto, forzudo, aunque en las últimas semanas había bajado algo de peso. Estaba dando su batalla más dura: contra su adicción al alcohol. Y había ganado una buena: pasó un mes sin consumir una sola gota. Después tuvo una recaída; pero para el martes 27 de octubre ya tenía tres días sin ingerir. Esto le había generado problemas para dormir y, como se le habían acabado las pastillas para poder conciliar el sueño, las hermanas decidieron llevarlo al Hospital del Milagro, para que le suministraran algún medicamento que le ayudara a luchar contra la abstinencia. De allí lo derivaron al neuropsiquiátrico Miguel Ragone, a donde llegaron alrededor de las 22 y las 22.30 horas.
El profesional que lo atendió lo encontró totalmente lúcido y hasta intercambiaron varias bromas. Le inyectaron un sedante y el médico le indicó que siguiera con el tratamiento que realizaba para controlar su adicción. “Con esto te vas a dormir”, le prometió. Federico llegó a su casa, sintiéndose mucho mejor; se dio una ducha, pero, de todos modos, no pudo dormir. Decidió, a las tres de la mañana, salir a caminar un rato para despejarse.

A la mañana siguiente, cuando sus hermanas constataron que no había vuelto, se preocuparon mucho, sobre todo porque Federico estaba sedado y se podía haber caído dormido en cualquier parte. Lo buscaron por la zona, pero sin éxito.
“A las tres hablé a la (comisaría) Octava y le pregunto al que me ha contestado si estaba detenido Federico Víctor, y el oficial me dijo que no había ningún detenido en la comisaría. Hablé a la Alcaidía…”, explica Antonia, su hermana. El oficial le dio un número de teléfono. Llamó. La persona que lo atendió le dijo que para esa consulta tenía que llamar a la Ciudad Judicial. Llamó. En Ciudad Judicial, le dijeron que llame a la Aicaldía, y le dieron otro número. Allí preguntó si había algún detenido llamado Cruz Federico Víctor y le explicó que él no podía descansar, que lo habían inyectado y que no sé qué habrá pasado con él. Sí, acá está detenido, por tentativa de robo, le dicen. La voz en el teléfono le aseguró que recién al día siguiente podrían verlo, en el horario de visita, de 9 a 12.

Pero Antonia estaba preocupada por su salud, así que no esperó hasta el día siguiente. Sólo quería verlo o que le aseguraran que estaba bien de salud. Junto a su otra hermana, fueron esa tarde a la Alcaidía, entre las 20 y las 21 horas. Y también habría ido la mamá, de no ser porque tiene 71 años y no puede andar subiendo y bajando de colectivos. Lograron hablar con el guardia, después de una larga espera, y le pidió lo mismo: que se dé un vistazo a su hermano, que se fije cómo está, porque él no estaba bien, necesitaba descansar.

El oficial no tenía muchas ganas de hablar. La hizo aguardar más. Fue a una garita y habló y desde donde estaba parada Antonia parecía que el guardia le consultaba al otro sobre la salud de su hermano. “No, señora, aparentemente su hermano está bien, acá hay profesionales, no se preocupe, acá hay médicos, hay psicólogo, hay enfermero. En cuestión de salud hay cualquier cantidad de profesionales”, le dijo, y agregó: “Vengaló a ver mañana a primera hora, que es horario de visita y ya lo va a ver”.

Las palabras del guardia tranquilizaron a la hermana de Antonia, pero a ella no; por eso pidió permiso en el trabajo y al día siguiente (jueves) fue de nuevo. Llegó alrededor de las 9.30 de la mañana. Hizo fila, le preguntaron a quién iba a visitar, tomaron nota y le dijeron que espere. Habían pasado más de treinta minutos, cuando se le acercaron para decirle “Señora, su hermano está de salida”. “¿Qué quiere decir con salida?”, preguntó ella y ahí el guardia empezó a dudar: “No, estemm, parece queee… Capaz que se fue al juzgado a declarar (cuando declaró el día anterior); venga más tarde, más tarde lo va a ver”, dijo el guardia.

Y Antonia volvió esa misma tarde. Llegó a las 16,30 y recién a las 17 los guardias empezaron a contar la misma historia de la mañana. “Está de salida”, decían. “Vengasé el lunes, el lunes lo va a ver”, le dijeron. Antonia se plantó. Y les juró que no se iría del lugar hasta que viera a su hermano. El policía volvió a titubear. “Bueno”, le dijo, “vaya a hablar con la administradora.”
La administradora tampoco fue de gran ayuda. Buscaba los datos de Federico con una indeferencia atroz, como quien busca un clip en la cartera, mientras Antonia repetía, una vez más, su nerviosismo por el estado de salud de su hermano, que había salido a caminar un rato, después de que le inyectaran un sedante. La administradora se fue como para hablar por teléfono. La aguja grande del reloj volvió a recorrer medio círculo, cuando la mujer reapareció. “Señora, sabe qué, su hermano está internado…. Vaya al San Bernardo y ahí capaz que le digan algo”, le dijo la administradora. No supo explicar qué tenía, en qué circunstancias se fue, ni siquiera cuándo fue trasladado. “No le sé decir nada”, expresó.

El sobrino de Antonia entró al San Bernardo y salió de ahí horrorizado. Apenas si pudo ver a su tío Federico, porque estaba custodiado con dos guardias, que ni siquiera le permitían hablar con los médicos. El sobrino logró hablar con un profesional del nosocomio, que le explicó que le habían sacado un coágulo de la cabeza, que tenía un pulmón perforado, que estaba con respirador artificial y con sondas por todas partes. El cuerpo parecía, sobre todo, como si lo hubieran molido a golpes.

Después, cuando sacaron el permiso para poder visitarlo, se enteraron que ya llegó inconciente y que poco había para hacer. Recalcaron que si pasaba las 72 horas, podría haber algún milagro.
Ni siquiera la defensora oficial, designada por la causa de robo, estaba notificada del traslado de Cruz al hospital. Y la mujer quedó en tomar medidas el día lunes.
Ese mismo lunes, a los familiares de Federico se les informó que él tenía muerte cerebral y que ya sólo podían esperar que se detenga su corazón. El martes, Antonia estaba esperando el horario de visita y cuando entra sólo ve a dos guardias en el lugar, quienes le comunican que su hermano había muerto a las 11.20. ¿Y de qué murió?, preguntó Antonia. “No, no le puedo decir nada”, dijo el oficial.
Y como era un detenido, el cuerpo quedó en manos de Ciudad Judicial. “Cuando fui a ver a mi hermano, ya no estaba”.

Demasiadas incógnitas. Antonia llegó a la Alcaidía para que le explicaran por qué su hermano, que sólo había salido a caminar un rato, ahora estaba en la morgue. En la Alcaidía hicieron lo que mejor saben hacer: no dar respuestas. “No, señora, tiene que ir a su defensora. Ella va a solicitar un informe y después nosotros le elevamos el informe a la defensora y ella le va a decir cuándo va a estar el informe. Ese es el procedimiento, señora”, dijo el guardia.

La única persona que aporta datos a todas estas sospechas es la doctora Beatriz Nieto, que firmó el certificado de defunción del hospital. Califica a la defunción como una “muerte violenta”, por traumatismo de cráneo producido mientras estaba en la Alcaidía.

Si la justicia funciona, los nostálgicos de azul deberán dar sí o sí ante un juez las respuestas que hoy Antonia y su familia tanto necesitan. Y, si en la justicia hay algún valiente, entonces, quizás, los responsables pasarán al otro lado de la reja. Porque este país se había jurado que estas atrocidades no volverían a pasar Nunca Más.

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