Por Daniel Avalos
La seguridad jurídica, en nuestro país, es el slogan preferido de la derecha. Para algunos resulta extemporáneo hablar de derechas e izquierdas. Evitemos entonces el debate y conformémonos con decir que la derecha siempre opta por estar sometida a algo que, nos dicen, es inevitable y/o recomendable. Ese algo puede ser Dios, las fuerzas armadas, el mercado, o todo eso junto. La derecha que nos importa hoy desde hace tiempo tiene su nuevo tótem: el mercado. Como ese tótem se ha impuesto desde hace unas décadas, las leyes estatales que regulan su funcionamiento se estructuraron a su medida. Es hoy lo establecido, y que los Estados respeten lo establecido es sinónimo de un Estado serio, respetuoso de la seguridad jurídica. Es lo que distinguiría a un país en serio de otro que no lo es. Así, a la seguridad jurídica que nos referimos aquí es a la que invocan los representantes del libre mercado. Son los filósofos noventistas de razonamiento rápido que concluyeron que, para alcanzar el crecimiento económico, se debe facilitar -a como dé lugar- el acceso de "los inversores" a la producción, porque, garantizándoles la maximización del lucro, se propendería al aumento de las inversiones, lo cual generaría más empleo, favoreciendo así los intereses de los trabajadores y protegiendo los intereses empresarios. Para ello, lo deseable e inteligente sería reducir al mínimo la regulación e intervención estatales en el mundo de la economía. El resto del discurso es más conocido: menos Derecho Laboral, más trabajo; menos control ambiental, más trabajo.
Hace un año, el representante de Cerámica Alberdi (empresa que se levanta en el Parque Industrial de la provincia), Miguel Ángel Rapelli, lo manifestó bien. Fue en la inauguración de la planta de nuestra ciudad en donde explicó que el motivo (del) de emplazar el emprendimiento en Salta era “la seguridad jurídica que la provincia brinda a los inversores, quienes son los encargados de brindar trabajo”. Hace un año, entonces, la izquierda podría haber exclamado: ¡Cagamos! Convengamos, la izquierda sería ese sector que la derecha odia o no entiende, por su intentos obstinados y revulsivos de querer despojarse del sometimiento a lo establecido. A ese alguien el tiempo le ha dado la razón en términos sociales y ambientales. Cerámica Alberdi funciona, hace un año, (prescindiendo) haciendo caso omiso del impacto que sus actividades generan en esas dimensiones.
Son los riesgos que se corren cuando la seguridad jurídica se impone en clave neoliberal, es decir, cuando las empresas son consideradas el actor dinámico por excelencia. Porque la gran iniciativa privada es el Poder, y el poderoso convierte en ley la posibilidad de estar por encima de los derechos del resto, disfrazando, ellos y sus gestores políticos, el privilegio de idea. Paradójico, porque todos hablan de la crisis del “neoliberalismo”, pero este sigue imponiendo sus reglas. Y las sociedades lo padecen: los vecinos de Villa Mitre, por ejemplo, impotentes ante ese mundo que perciben como ajeno e implacable. Tiene sentido. Basta con escuchar el tratamiento que le dieron al tema “Cerámica Alberdi” los principales medios de comunicación de la provincia para entenderlo. Se quejaron del incumplimiento de la norma, es cierto, pero no de la norma. Conviene enfatizar: el Poder es también la posibilidad de zafar. Zafar de la revisión parlamentaria de la norma misma o zafar del incumplimiento a esa norma, ejercicios imprescindibles para no zafar del Poder. Los locutores reconocidos exigieron respeto a la norma y hasta recurrieron a ex funcionarios como Haroldo Tonini, quien explicó, con autoridad, cómo el Estado debe hacer cumplir la norma.
Y la norma responde a otro paradigma de moda: la Responsabilidad Social Empresaria, esa extraña combinación de filantropía empresarial y supuestos compromisos del empresariado para evitar al máximo los impactos sociales y ambientales que sus actividades generan. La crítica a Cerámica Alberdi se ha realizado desde ese lugar y desde la ineptitud del Estado por hacerla cumplir. Una Responsabilidad Social Empresaria cuya historia explica el buen estado de salud del que goza el neoliberalismo en nuestra provincia, una provincia seria, que respeta la seguridad jurídica. El concepto fue propuesto por y para las grandes empresas que, ante el auge de los problemas ambientales por ellas generados, se encontraban en una incómoda y extremada exposición pública. Lo hicieron en Davos en 1999, esa especie de Vaticano del Capital, el gran senado del capitalismo global, en donde los hombres del Poder, los principales líderes empresariales, los líderes políticos internacionales y periodistas e intelectuales selectos analizan los problemas apremiantes del mundo -la salud y el medioambiente-, pero sobre la agenda de la política global, difundiendo un modo de vida ya globalizado que exalta la tecnologías (duras), el dinero, la destreza empresarial, la aptitud profesional y la seguridad jurídica como símbolos de civilidad.
El espíritu de Davos también habita estas tierras. Nuestros nuevos sectores dominantes han abandonado hace rato el apego a lo telúrico y consideran anacrónico el esfuerzo por identificar y resaltar la singularidad de la comarca, excluyendo las conexiones con el todo. De allí su autoproclamado “progresismo”, reducido en estos casos a autosegregarse, no por las viejas distancias sociales que imponía el Club 20 de Febrero, sino por la capacidad ostentosa de consumo. El límite es la “norma”. Eso no lo discuten, porque es eso o el caos. Y el caos tiene una materialización precisa. De allí que los salteños “bien”, de espíritu davoniano, renieguen del populismo chavista o de la crispación kirchnerista. Hay una cuestión de estilo, es cierto, pero también una de fondo. La “civilización Davos” se horroriza ante los estilos confrontativos, pendencieros y hasta desprolijos de los antiliberales. Pero sobre todo se horroriza con los intentos obstinados y revulsivos de querer despojarse del sometimiento a lo establecido: llevar adelante transformaciones sociales, políticas y culturales a través de una refundación de los Estados que nacieron con el neoliberalismo en el mundo (Chávez por ejemplo), e incluso con los proyectos menos ambiciosos que, negando algunos rasgos del neoliberalismo, avanzan por las líneas de menor resistencia del mercado para construir un modelo que no termina de dejar atrás lo viejo (kirchnerismo).
Los críticos empresariales y gubernamentales de Cerámica Alberdi quieren otra cosa. Un Social – Liberalismo. Una supuesta humanización del neoliberalismo. El resultado es conocido: el modelo se mantiene y las actitudes conservadoras se justifican.
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