lunes, 7 de diciembre de 2009

Fragmentos

Por Daniel Avalos



El Alfredo Olmedo leve, el de la farándula que pretende comer con Mirtha Legrand, etc., debería hartarnos. El otro Alfredo Olmedo, el representante de una nueva forma de hacer riqueza, prescindiendo de los impactos ambientales y sociales que sus actividades generan, no. A ese hay que analizarlo, aprovechando su propia exposición mediática que, en definitiva, tiene un lado positivo. Y lo tiene porque ha roto con un mito del actual capitalismo global, según el cual la gran empresa y las redes que conforma constituyen una especie de monstruo abstracto e impersonal. Monstruos creados por los hombres, sí, pero que habrían escapado a su control, adquiriendo vida propia y generando sus propias e implacables leyes, que todo lo arrasan. Un mito de esas características tiene ventajas prácticas para quienes manejan los hilos de la economía, en tanto, bien sabemos, los que padecen al monstruo no tienen a quien ir a quejarse por sus atropellos. Olmedo confirma lo contrario: la desigualdad tiene rostro; el Poder, también, y las injusticias tienen responsables de carne y hueso. Salta Forestal es un fragmento de todo ese andamiaje. Una parte del todo, con sus particularidades, pero un ejemplo significativo de ese todo, que adquiere sentido en tanto contribuye a dibujar una totalidad cuyas lógicas atraviesan a todas las parcialidades.
Intentemos dibujar esa totalidad, y para ello recurramos a otro fragmento. En este caso, a una parte del informe de Daniel Medina, publicada en este número, que informa sobre las condiciones en las que viven los habitantes del Barrio Nuevo, en Joaquín V. González. Un barrio que formó parte de Salta Forestal hasta que los Olmedos se hicieron cargo de esa explotación. Obviemos aquí (el informe citado lo explica muy bien), todas las normativas que ese emprendimiento privado no cumple y a las que se había comprometido a cumplir en el contrato de concesión que firmó con el Estado provincial. Detengámonos, simplemente, en un fragmento pequeño que, creemos, ayudará a graficar cómo un tipo de sociedad, que se ha estructurado para beneficiar a la gran empresa, ha moldeado la realidad hiriente en la que se desenvuelve en cuanto a la exclusión que genera ese modelo, a las actividades ilegales a las que son empujados los que sufren esas condiciones y a las formas como el Poder intenta contrarrestarlas. El fragmento en cuestión dice así: “La situación de los puesteros [de Salta Forestal] no es mucho mejor. Se los fue cercando poco a poco, con alambrados puestos de la noche a la mañana, evitando que sus animales puedan pastar dentro de los predios que antes utilizaban para comer y que pasaron a la concesión. Por eso son muchos los puesteros que, ante el aislamiento impuesto, se han retirado del lugar. Existe un caso en el que, el hijo del puestero, haciendo caso omiso a la prohibición impuesta, siguió introduciendo sus animales en los terrenos concesionados, por lo que se dio la orden de no tomar nunca a ningún miembro de la familia de dicho puestero” (Ver p. del presente número)
La idea del cerco se impone. El alambrado demarca el espacio de los que tienen una vida (los de adentro), y de aquellos que han quedado fuera de ella (los de afuera). El puestero, seguramente explotado pero imprescindible en otros tiempos, hoy es prescindible. Es la naturaleza profunda del capitalismo actual, y que Salta Forestal tan bien representa, que lleva a prescindir de miles de hombres y mujeres, sin que esto ponga en riesgo su propia reproducción. La alambrada lo materializa bien. Materializa también que Olmedo reivindica para sí el derecho de imponer su voluntad a las cosas que la ley que se hicieron para tipos como él dicen que son de su dominio. Olmedo es hegeliano. No porque haya leído a Hegel, sus conversaciones con Mirtha Legrand no permiten afirmarlo, sino porque Hegel hace tiempo que se encargó de legitimar filosóficamente a los hombres poderosos. Lo hizo en 1821, en “Filosofía del Derecho”, cuando, refiriéndose a la propiedad privada, escribió: “Las personas tienen que darse para su libertad una esfera exterior (…) Lo inmediatamente distinto del espíritu libre es (…) una cosa, algo carente de libertad, de personalidad, de derecho”. Olmedo es libre porque a sus muchas cosas las delimita bien, a fin de imponer su voluntad sobre ellas. Olmedo, entonces, en estricto sentido hegeliano, es un hombre libre. Esa libertad, según cuenta en todos lados, es fruto del trabajo incansable de su padre. Hegel lo llamaría “diligencia” (“La riqueza depende de la diligencia de cada uno”). Así era Hegel. Creía en los grandes espíritus, que empujan a la historia hacia el futuro. Del otro lado de la alambrada, en cambio, quedan los nadies, hombres y mujeres que no hacen la historia e, incluso, están excluidos de ella. Son los prescindibles, los excluidos. Salta Forestal, por ejemplo, puede avanzar sin ellos; es más, para avanzar debe prescindir de ellos. Sabemos bien cuál es la visión que de estos, los nadies, tienen los Olmedos. Y lo sabemos porque lo expresan sin complejos: para ellos, los del otro lado de la alambrada son los vagos, los que no cultivan la cultura del trabajo, seres carentes de toda iniciativa, gente sin futuro.
El problema recurrente en toda la historia, a pesar de Hegel incluso, es que algunos de los nadies suelen inclinarse a la insubordinación. Es el caso de ese hijo de puestero que, “haciendo caso omiso a la prohibición impuesta, siguió introduciendo sus animales en los terrenos concesionados, por lo que se dio la orden de no tomar nunca a ningún miembro de la familia de dicho puestero”. Ese hombre desea que la alambrada no lo excluya y viola la norma que hace escasos años no existía. Alguien podría decir que es lo lógico. Todos sabemos que las leyes consuetudinarias suelen tener más fuerza que las escritas en la conducta de los seres humanos. Puede ser, aunque no habría que descartar lo otro, también muy probable: el encontrarnos ante un hombre desesperado que precisa, como al aire mismo, de ciertos recursos indispensables para poder vivir. Para las normas escritas e impuestas por los Olmedos, ese hombre desesperado delinque. Se reedita entonces el eterno conflicto entre los que son dueños de un país y los que no lo son. Ante eso, la injusticia social adquiere estatus jurídico. Aquel que dolorosamente ha sido privado de recursos elementales para la existencia, aquel que espera la oportunidad de burlar el alambrado para hacer uso de lo que, habiendo sido de todos, es ahora de uno, ya no es un hombre desesperado, sino un delincuente. El Poder así lo ha clasificado. Tiene sentido. De esta manera, ese Poder resguarda un tipo de sociedad que él ha ido forjando para beneficiarse. Ese es el Orden a mantener y, para hacerlo, exige tolerancia cero al acto que ha cosificado como vandálico. Apela al terror como mecanismo de disuasión. Ordena que no se contraten miembros de esa familia para realizar actividades de la empresa. La vieja idea del cerco militar atraviesa esa orden: privar al enemigo de sustento para aniquilarlo o quebrarlo moralmente. Una medida que no debe ser secreta, porque el terror sólo funciona si el resto de los potenciales insubordinados son testigos privilegiados del escarmiento ejecutado. Los Olmedos son, por así decirlo, pedagogos. Enseñan a los que quedaron fuera de la alambrada, con la pedagogía del dolor, que los límites son precisos y la cerca inviolable. La violencia de uno y otro lado esta allí latente, a flor de piel. A pesar de los deseos de algunos, la violencia latente de los que padecen el Poder no proviene de dogmas militantes ni de cuerpos ideológicos. Fluye, simplemente, de las abismales desigualdades que atraviesan a provincias como la nuestra. El corte de ruta, el acampe en Plaza de Mayo o la insubordinación de ese puestero que no acató la disposición de Salta Forestal son, en definitiva, recursos desesperados de los nadies, que sorprenden cuando no aparecen, más que cuando lo hacen.
Lo que allí, en Salta Forestal, ocurre, no es en términos filosóficos un acontecimiento. De serlo, sería algo aislado que terminaría evaporándose. Salta Forestal es un hecho histórico, algo que está inscripto en un proceso integral que le da significado. Cobra sentido en el marco de un liberalismo atroz, preñado de consecuencias que hoy vivimos: desempleo, exclusión, precariedad, y una sociedad de odio en donde los que tienen mucho piden a gritos rejas, armas y mano dura, a fin de que los que nada tienen respeten la vida, aun cuando estos últimos difícilmente valoren una vida que rara vez les ha dado algo. Habría que decir sencilla y poderosamente no a eso que Salta Forestal representa como fragmento de una totalidad que rebela. Es más, habría que salir de eso, aunque por ahora, en Salta, ese mandato parece encontrar aliados más en la voluntad de las fuerzas políticas progresistas, que en la correlación de fuerzas efectivas de las mismas.

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