martes, 27 de mayo de 2008

Palabras de Daniel Avalos, ISEPCI-Salta

Me toca a mí revisar la historia del movimiento estudiantil, hacer referencia a eso de lo que habló Gerardo sobre la Reforma. Pero antes de eso es imprescindible para mí agradecer públicamente a la Rectora, porque desde hace un mes y medio que estamos reuniéndonos por el tema del convenio, trabajando en estos detalles que son muy importantes y la predisposición ha sido fantástica, las puertas siempre abiertas, como en mi época de estudiante no lo había experimentado, más allá de que tenía, en ese entonces, una militancia estudiantil. Realmente es muy grato poder conversar con la Rectora sobre estas cosas, siempre tirando ideas, proyectos, ideas que ella tiene sobre cómo vincular más la universidad con el medio. Dicho esto paso a lo mío, bueno, me reclamo historiador, así que tengo que referirme a nuestro pasado, y hoy al pasado del movimiento estudiantil. Y hoy la idea es un poco revisar ese pasado desde ciertas urgencias. ¿En qué sentido, cuáles son las urgencias de este presente en el mundo universitario? Se ha empezado a debatir una nueva ley de educación superior. Y en este debate hay un dato, yo diría, al menos, preocupante, que es la ausencia del estudiantado. No estoy hablando del estudiante como persona individual, sino del estudiante como organización estudiantil, en donde el Estado y la autoridad universitaria puedan tener interlocutores organizados en este tipo de debate. Y digo que es preocupante porque cuando hablamos de una nueva ley de educación superior, casi siempre esa discusión está atravesada, por lo menos, por dos preguntas: ¿qué universidad queremos?, es una pregunta muy importante, y cuál, por ejemplo, debería ser el rol de esa universidad con el medio donde se desenvuelve. Y lo más curioso, y tal vez estoy usando una palabra, “curioso”, para ser un poco benévolo, es que en la historia de nuestro país y del movimiento estudiantil, fueron justamente los estudiantes los que mayor entusiasmo pusieron en tratar de responder esas dos preguntas, qué universidad queremos y cuál debería ser el rol de esa universidad con el medio donde se desenvuelve. Y cuando digo que lo hicieron entusiastamente, me estoy refiriendo básicamente a la reforma universitaria de 1918. Y cuando digo “entusiastamente” también me estoy refiriendo a que estaban convencidos de que eso significaba o era algo muy importante para el país en el que se desenvolvía. Entonces quiero detenerme en esto, en algunas características de ese proceso de reforma universitaria que tuvo un impacto nacional y también continental. Lo que se inició en Córdoba en 1918 después tuvo repercusiones en Chile, Perú, México, y demás. Y no solamente eso, digamos, su impacto geográfico, sino también su impacto en el tiempo, porque generó un impulso que después transitó gran parte del siglo veinte. Así que miren de lo que estamos hablando. Tenía algunas cosas para decir sobre el hoy, pero me parece que somos muchos, así que Gonzalo y la misma rectora nos van a poder ilustrar mucho más sobre qué es lo que está ocurriendo hoy. Pero, bueno, detenerme en esta cuestión pasada porque hay algunos elementos que surgieron en aquel año y que podríamos decir que hoy es una llama que se ha apagado en muchos aspectos. Y para detenerme en la reforma quisiera tomar una fecha precisa, y tomar una fecha precisa del pasado no porque me considere historiador; tampoco porque crea que las fechas son fundantes, que crean épocas, sino tomar una fecha precisa, digamos, por una cuestión de economía de tiempo. El 11 de abril de 1918. Ahí surge ya una hija de ese estado de agitación que tenía algunos años entre los estudiantes y que es la FUA, la Federación Universitaria Argentina. Y esta FUA, inmediatamente, se reúne con el presidente Irigoyen, que todos sabemos acá que es el primer presidente democráticamente elegido en elecciones transparentes, y que representaba muchas de las aspiraciones sociales de los sectores populares. ¿Y qué es lo que hace Irigoyen? Irigoyen les dice a los estudiantes “Sí, nosotros estamos de acuerdo con estas aspiraciones nuevas que ustedes tienen y que tiene gran parte de la sociedad.” Y éste ordena la intervención de la universidad de Córdoba con el objetivo de que se reformen los estatutos para que se puedan elegir nuevas autoridades. El tema es que el rector elegido en 1918 en Córdoba no era del agrado de los estudiantes. Y los estudiantes tomaron medidas. Yo no les quiero contar cuáles fueron las medidas porque ellos las escribieron. Y se las leo. Ellos planteaban que esa elección había estado digitada por los jesuitas de la universidad y entonces escribieron: “En las sombras, los jesuitas habían preparado el triunfo de una profunda inmoralidad. Consentirla habría comportado otra traición. A la burla, respondimos con la revolución. La mayoría representaba la suma de la represión, de la ignorancia y del vicio. Entonces, dimos la única lección que cumplía, y espantamos para siempre la amenaza del dominio clerical. La sanción moral es nuestra; el derecho, también. Aquellos pudieron obtener la sanción jurídica, empotrarse en la ley. No se lo permitimos. Antes de que la iniquidad fuera un acto jurídico, irrevocable y completo, nos apoderamos del salón de actos y arrojamos a la canalla, sólo entonces amedrentada a la vera de los claustros. Que esto es cierto lo patentiza de haber a continuación sesionado en el propio salón de actos la Federación Universitaria Argentina. Y de haber firmado mil estudiantes sobre el mismo pupitre electoral la declaración de huelga indefinida.” Esto es lo que se llamó el “Manifiesto de la reforma universitaria”, escrito el 21 de junio de 1918, y que tuvo un título sumamente ambicioso: “La juventud argentina de Córdoba a los hombres libres de Sudamérica”. Ambicioso realmente. La autoestima era elevada, por entonces, en los estudiantes. Y es un manifiesto con un lenguaje enfervorizado, yo diría hasta colérico, lleno de ira, inclusive, en algunos aspectos. Pero un poco es la característica de un manifiesto. El siglo veinte estuvo repleto de manifiestos. Bueno, el siglo diecinueve también. Y casi siempre el manifiesto tiene por función principal invitar a los otros a la lucha. Y entonces el manifiesto también, casi siempre, trata de explicar al otro cuál es la lucha. Y trata de decirle al otro cuáles son los inconvenientes y las virtudes de la lucha. El manifiesto de Córdoba tiene eso, cumple las características de un manifiesto. Porque en el fondo lo que plantean es, digamos, alzarse contra una situación que es terriblemente injusta, y que ellos la dicen de la siguiente manera, entre otras cosas: la universidad se había convertido en el refugio de los mediocres…Colérico, no hay ninguna duda de esto. Y otros lo llamaron la “burocratización del saber”. Y me gusta a mí la palabra “burocratización” porque yo recuerdo, yéndome para los sesenta, cuando escribía John William Cook y decía “¿qué es un burócrata?”. Un burócrata es una persona que está convencida de que el mundo puede cambiar completamente pero no el lugar que él ocupa en la institución en que él está. Esto es lo que estaban denunciando los estudiantes. Porque lo que estaban viendo era que el mundo cambiaba, que el mundo y las sociedades tenían intereses y necesidades nuevas. Y que esa universidad prerreforma no tenía nada que ver y se oponía a ese movimiento. Y de ahí entonces aparece otra cuestión, es decir, también se rebelan contra la forma de autoridad que esa universidad prerreforma había logrado imponer. Y que ellos dicen, yo voy a leer mucho la reforma porque el manifiesto me parece fantástico: “Las universidades han sido, hasta aquí, refugio secular de los mediocres, la renta de los ignorantes y, lo que es peor aún, el lugar donde todas las formas de tiranizar y de insensibilizar hallaron la cátedra que las dictara. Las universidades han llegado a ser así el fiel reflejo de estas sociedades decadentes que se empeñan en ofrecer el triste espectáculo de una inmovilidad senil.” Ahora, a lo denunciativo siguió el proyecto alternativo. Y ahí las demandas las conocemos todos más o menos: libertad de cátedra, libre elección de autoridades, cogobierno democrático, reforma de los sistemas de enseñanza, apertura ideológica, autonomía universitaria, apertura de la universidad a sus pueblos. Generalizando, podríamos decir que lo que plantean es, o lo que provocó esa reforma, es una revolución cultural. En el sentido de que exigieron que la universidad se perciba de otra manera en relación a la universidad prerreforma. Una revolución cultural en el sentido de que exigieron que la universidad se vinculara de otra manera con la sociedad en la que se desenvolvía. Exigieron una democratización de esos pueblos que, desde principios de siglo, eran evidentemente oligárquicos, elitistas. Y exigieron, digamos, un acceso democrático de los sectores populares a la educación superior. Ahora bien, hay otro hecho fundacional acá. Y ojo que no había una homogeneidad ideológica entre los reformistas. Hay un libro de, no recuerdo en este momento el nombre, pero que es de 1946, en donde se analizaba esta cuestión y decía…A ver, a mí me gusta definir la ideología como un cuerpo organizado de ideas que aporta, al que la practica, una visión del mundo, una visión de cuáles son los males de esa sociedad y una visión de cuáles serían los remedios. En este sentido, los reformistas universitarios cordobeses no tenían homogeneidad ideológica. Había algunos que eran más bien apristas y, por lo tanto, muy irigoyenistas; había algunos que eran más bien marxistas, muy vinculados a las ideas de Mariátegui, por ejemplo, el peruano, Teodoro Roca, el cordobés; había otros que tenían simplemente intereses vinculados al interior de lo que ocurría en la universidad…Era una cosa heterogénea. Y por lo tanto los estudiantes sabían que muchas veces podían hacer acuerdos de a tramos, de a pedazos, temporales. Pero lo que sí había era una profunda unidad de espíritu. Y eso es interesantísimo, porque miren lo que dice en el primer párrafo del manifiesto: estaban convencidos de que se abría una nueva era y que ellos tenían que intervenir, decididamente, en esa nueva era. Hay una parte que dice, que me parece fantástica: “Creemos no equivocarnos; las resonancias del corazón nos los advierte. Estamos pisando sobre una revolución, estamos viviendo una hora americana”… “Resonancias del corazón”…Es una cuestión, digamos, que un racionalista duro diría “Es una superstición revolucionaria”, por lo menos, pero que tiene que ver con esta profunda convicción de que, aun cuando hay algo que no se puede demostrar o verificar científicamente, se la toma como absolutamente cierta. Y que esa certidumbre tenía que ver con el cambio de la sociedad, la necesidad de los estudiantes y de la universidad de involucrarse decididamente en ella. Es lo que algunos han llamado “mitos”, tal como la entendieron algunos autores, George Sorel o el mismo Mariátegui por ejemplo. Es esta cuestión de que aun lo que no se comprende racionalmente está ahí y eso es como el combustible que lleva a la acción de las personas. Por eso me parece esa “resonancia del corazón” algo realmente magnífico. Y el otro tema es que fundan un mandato para la juventud. Acá también me parece apropiado leer el manifiesto, miren lo que dice: “El sacrificio es nuestro mejor estímulo; la redención espiritual de las juventudes americanas, nuestra única recompensa. La juventud vive siempre en trance de heroísmo, es desinteresada, es pura, no ha tenido tiempo aún de contaminarse.” Los reformistas cordobeses tiraron para el siglo veinte un mandato a la juventud, el mandato de que se valoren a sí mismas según su grado de compromiso con una praxis colectiva. Es mucho, y es un problema, porque si alguien dice “Yo estoy dispuesto a sacrificarme” significa que está dispuesto a exigir que el otro tenga un compromiso con la realidad. Entonces la juventud, en ese entonces, no se veía como un sector de la sociedad que tenía que demandar derechos particulares, sino que era un sector de la sociedad que tenía un mandato, un deber para con el conjunto de la sociedad. Si se quiere hay un rasgo mesiánico ahí de la juventud, puede ser, pero fíjense lo que le legan a todo el siglo veinte. Y eso va a transitar por gran parte del siglo veinte. Tal vez el ejemplo más importante de esto tenga que ver en los sesenta y en los setenta, en donde esa juventud también se vuelca a una praxis colectiva. Ahí no les gustó a muchos el término “reformista”, porque pensaban, generalmente, que el término “reformismo” era una palabra medio un insulto, como decir “No, este (el reformista) quiere cambiar una partecita de la sociedad”. Ahí les gustaba la palabra “revolución”, que es el pensamiento de la totalidad, el revolucionario es aquel que quiere cambiar absolutamente todo. Pero ese sentimiento de los sesenta y los setenta es hijo de esto que surgió allá, en el 18. Y en el fondo lo que tiene que ver es tratar de concebir a la universidad, no como un lugar donde se discuten ideas, sino como un lugar donde se piensan ideas, con la pretensión de intervenir y hasta de orientar el proceso histórico en que se inserta. Entonces es evidente que ahora hay una situación distinta. Es evidente que por ahí nos hemos olvidado de pensar, sobre todo en los últimos treinta años, qué universidad queremos, y la juventud también ha empezado a tener una percepción si se quiere distinta de sí misma, o por lo menos eso es lo que se ve, por lo menos para problematizarlo. Y es importante porque evidentemente en este debate de la nueva ley de educación superior, ese actor que hoy está ausente en tanto organización necesita cobrar protagonismo en estas cuestiones. Se lo puede ver fácilmente: la mayoría de los debates que surgen en torno de esta cuestión vienen o de las autoridades universitarias, acá tenemos un claro ejemplo, es ella, es el rectorado, entre otras personas, la que trata de impulsar este tipo de debates, son los gremios, y allí actúan, no voy a decir como en un vacío, pero no me sale una palabra más feliz, donde ese estudiantado está como en otra cuestión. Lo dejo como un rasgo provocativo, para poder eventualmente discutirlo y polemizar, no hay problema, sobre esas cuestiones.

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