domingo, 12 de julio de 2009

El amo y la agenda

Por Daniel Avalos*





Estando como estamos, pegados a las pantallas televisivas, escuchando unilateralmente lo que los actores políticos nos dicen con énfasis republicano, deberíamos concluir que asistimos a una fase política nacional en donde el conflicto, como concepto, agoniza. Eso parece, al menos, cuando todos los que han ganado en las elecciones el 28 de junio pasado insisten, una y otra vez, en explicarnos en qué consistiría la agenda de discusión nacional de ahora en más. Olmedo y Wayar, por ejemplo, se reunieron en Tucumán en el transcurso de la semana con miembros de la Sociedad Rural de esa provincia. Declararon que en la agenda prima el tema de la inconstitucionalidad de las retenciones -ya volveremos sobre esto- y la necesidad del “diálogo”. El diálogo se ha convertido en la regla de oro para Wayar, Olmedo, y todo el staff de lo que podríamos llamar el “Partido del Campo”. Se supone que el diálogo franco, sincero y periódico, domestica la violencia a la que nos arrojó el partido de los Kirchner. El partido del odio, entonces, ha sido derrotado, merced al anhelo del consenso que ellos, el Partido del Campo, representan, y que terminará transformando las hostilidades “del pasado” en al menos un mínimo ideal de concordia y amistad cívica.



Lo dicen los Wayar y los Olmedo, pero parece ser el sentir de todos. El conflicto debe terminar, debe sepultarse. Que Olmedo y Wayar así lo piensen tiene sentido: después de todo, el conflicto como motor de la historia es una bandera del marxismo, y el Partido del Campo, lo sabemos, no es precisamente marxista. Pero fue Marx, decíamos, quien popularizó la idea de que el conflicto era lo que hacía andar a la historia. La idea no era original. La tomó de otro filósofo, Hegel, quien nunca estuvo de acuerdo con eso de que la clase obrera fuera la encargada de enterrar al capitalismo. Un texto de Hegel, La dialéctica del amo y el esclavo, puede, sin embargo, explicar un poco el presente político argentino. Para este pensador, lo propio de la conciencia humana es su capacidad de desear, no cosas para consumir, como el resto de los animales, sino desear deseos: que el mundo cambie o no cambie, que los otros hombres lo reconozcan y valoren a uno, o el deseo viejo como el mismo hombre de poder someter a otro. En los deseos de los hombres, que nunca son iguales, ubica Hegel el germen del conflicto. Cuando un ser desea someter al otro, debe primero derrotarlo, y esa lucha, dice, es a muerte. El triunfador lo es porque posee el deseo más fuerte. Tan fuerte, que se impone al temor de morir en el enfrentamiento y, por lo tanto, aquellos que renuncian a su deseo por temor a morir para terminar deseando solamente no ser aniquilados, se convierten en esclavos de quien ha triunfado, a partir de entonces, el amo.
El nuevo amo en nuestro país es el Partido del Campo. Aniquiló políticamente a un gobierno que, sin haber nunca definido bien cuál era el “nosotros” al que pertenencia, subestimó el deseo del otro de imponerse. Y el amo, ahora, espera que el esclavo le traiga el producto terminado, listo para consumirlo y gozarlo. Los lineamientos sobre cómo debe ser ese producto son lo que todos llaman hoy la “agenda de discusión nacional”. De esa famosa agenda hablan todos los vencedores del pasado 28 de junio: la Mesa de Enlace, la UIA, los medios oficialistas al Partido del Campo, Reutemann, Macri, Cobos, y también, por supuesto, Wayar y Olmedo, quienes no quieren perder la oportunidad de recordarnos que son parte de ese Partido. Ellos también desean reconocimiento, ser considerados vencedores que recuerdan a los vencidos que son parte de los que imponen la “agenda”, lo cual, en boca de ellos, supone la exigencia de que problemáticas puntuales se conviertan en cuestión ineludible del Estado y de cualquier actor político, a los que debe exigírsele una definición al respecto.
Ellos, en Tucumán, ya se han definido: las retenciones a la exportación son inconstitucionales. Es lo lógico en estos casos, los amos suelen ser también los dueños de la verdad. Por ello no importa que alguien pueda decir que las retenciones son un instrumento admitido por la Organización Mundial de Comercio, o que, jurídicamente, se sustentan en el ejercicio de la soberanía estatal sobre los recursos existentes en el suelo y en el subsuelo de los territorios que los Estados reivindican como propios. Nada de eso importa. La definición de Wayar y Olmedo resulta “verdadera” para muchos. Al parecer, el criterio de “verdad” no está relacionado ya, necesariamente, con la condición de que el discurso sobre una cosa debe adecuarse a la realidad de esa cosa, sino, simplemente, a la capacidad, en este caso del Partido del Campo, para imponer el discurso propio como verdadero. Es cierto: hace décadas que distintos estudiosos vienen advirtiendo sobre estas características de las modernas sociedades comunicacionales. Pero eso confirma que ese sector ha ganado la batalla cultural, victoria que seguramente les permitirá en el corto plazo controlar al Estado. Y lo harán, al menos por un tiempo, flameando las banderas, ya lo dijimos, de la concordia y la amistad cívica porque han convencido a muchos de que sus intereses son los intereses de la Nación y que agredirlos es agredir a la Nación. La subjetividad pastoril ha triunfado, y sus representantes imponen la agenda que esperan que los derrotados cumplan para evitar lo indeseable: el conflicto que ellos ni pregonan ni practican. Esto último, por supuesto, no es cierto pero la verdad, por ahora, a ellos no les importa porque han impuesto la suya.
La otra agenda, en cambio, no es tratada por los medios. Esa agenda incluye el objetivo de achicar el mercado interno para aumentar los saldos exportables, conteniendo a los trabajadores y los sectores populares por medio de una represión que requiere criminalizar la protesta. Es la agenda que pretende ponerse en marcha en Orán, donde los trabajadores toman la planta industrial exigiendo seguridades laborales y aumento en los salarios, tras lo cual la patronal criminaliza la lucha exigiendo que los fueros sindicales se suspendan para obrar, no contra trabajadores, sino, simplemente, contra delincuentes que obstruyen la producción destinada al mercado mundial. Hay otros puntos en la agenda oculta. Durante la semana se reglamentó la polémica Ley de Ordenamiento Territorial en nuestra provincia. En virtud de la misma se podrán desmontar 1.592.366 hectáreas en la provincia, mientras que otras 5.393.018 podrán aprovecharse forestalmente. Es el tiro de gracia al espíritu de una ley que, originalmente, preveía que las hectáreas utilizables para ambos rubros no superara una superficie mayor al 1.600.000 hectáreas, hasta que el Senado provincial, de la mano del hoy famosísimo Alfredo Olmedo, modificó una serie de artículos claves que posibilitan el programa político-económico actual: la profundización de un modelo extractivo-exportador basado en el saqueo de los recursos naturales, la contaminación ambiental y la extensión del monocultivo, lo cual supone la pérdida de la biodiversidad y de las posibilidades de generar una verdadera soberanía alimentaria.
Pero la agenda se ha impuesto y un tipo de verdad, también. El fenómeno puede personalizarse. Olmedo, Macri, De Narváez, Romero, no son multimillonarios que se enriquecen desplazando de su trabajo a indígenas, obreros o campesinos que engrosan las villas de las ciudades; no son distintos al colectivero, al taxista o al hombre común y corriente que, complacido, celebra y difunde el apego de ellos por el sentido común, por lo obvio. El hombre común, como usted y como yo, que, convencido, nos explica, a usted y a mí en el taxi, en el colectivo o en la verdulería, que las diferencias entre el Partido del Campo y los ciudadanos son superficiales, es la prueba de que el amo nuevo se ha impuesto. Y uno se repliega a las charlas íntimas entre quienes no creen que todo sea así. Debate cuál es el “nosotros”, con quién conviene aliarse, ruega por medidas económicas que orienten los anhelos populares hacia un rumbo distinto al de la agenda actual. Replegados y escribiendo, finalmente, que preferimos estar equivocados con el obrero del ingenio El Tabacal, con el campesino desplazado, con el profesional que se resiste al traslado de la sala de pediatría de un hospital público a uno tercerizado, a tener la razón con Romero, Wayar, Olmedo, Urtubey, De Narváez, Carrió o Clarín.




*Lic. en Historia - ISEPCi Salta

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